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Why We Need to Support Our Undocumented Students

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This month we celebrate Latinos in the United States and abroad, we celebrate their contributions, their traditions and their culture. Rather than talking about exquisite food, about the rhythm in our music and dances or the resilience and victories of Latino gente, I want to focus our attention to a specific group: the undocumented community, specifically undocumented students.

I came to the United States from Mexico in 2009, with a tourist visa which allowed me to stay for six months. But soon after my arrival, due to members of my family being deported and consequences that followed I became homeless. Unable to turn to other family members for shelter, I went from one friend to the other, staying on their couches one week and on floor the next. I felt hopeless and alone, and the only family that I knew were thousands of miles away. At one point, I slept on a comfortable couch inside of the printing room of my high school, where no one visited after hours. My friends soon alerted my teachers, and I was paired to stay with a loving family. Although my earliest experiences in the U.S. were rough, I turned it around over the next two years. I was working a full time job, I spoke English fluently, and was a high school senior with a 3.9 GPA. I was even elected Student Body President.

However, the amount of work I put in for years felt worthless the day I walked into my counselor’s office and she explained that because I was an ” an illegal alien” it was likely that I could not go to college. As result of policies passed in Georgia months before my graduation, I was now specifically prohibited from applying to certain colleges, including my dream university, at the time, The University of Georgia. Among colleges I could attend, I would have to pay three times the cost as my U.S.-born classmates–a fee I simply couldn’t afford.

I refused to end my quest to attend college there. I knew there were more students like me, hungry for a higher education, but held back by their status. I became an activist in my community, and spent years chanting on the streets, leading protests and even going to jail protesting policies that targeted undocumented students. I also never stopped applying for schools, and was determined to find an education that embraced my potential despite my status. And then I found one: I received a letter of acceptance to Hampshire College, far from my new home in Georgia, with a full scholarship.

I am extremely grateful for the opportunities my college opened up to me, but I am also very aware of the injustices that undocumented students face. Unlike myself, most undocumented students don’t end up attending college. They are caught in a cycle that few can escape, as most states require students to pay the steep cost of out-of-state tuition. This ignores the fact that undocumented students have lived in the same state for most of their lives. It dismisses their struggle to have navigated the entire education system, from kindergarten, elementary school, middle school and high school only to be effectively shut out of higher education through the cost of college.

Few acknowledge that many universities rely on on undocumented immigrant labor. Moreover, undocumented immigrants pay local, state and federal taxes that help keep public universities running. It is shameful to realize that undocumented immigrants who came with a dream to this country, who helped construct prestigious universities from Ivy League schools to private colleges to public colleges such as the University of Georgia today, cannot see their sons and daughters get an education at the very institutions they built.

As we get ready to celebrate the contributions of Latinos, let’s not forget how much the country they love and call home still owes them, how much it owes their children. Every year about 65,000 students learn of their undocumented status, often through their applications to college, and only 10 percent of these students end up going to college right out of high school. I was one of the 90 percent of students who were rejected as result of my undocumented status. But like me, thousands of those students will try again and again and will keep at it until they can attend a college, thanks to the support of allies like teachers, college admission officers, and advocates.

You can enjoy the food, the dance and the music of a community, but if you don’t stand with us and fight for us during hard times, you are not honoring our contributions or our experiences. Celebrating a community requires you to invest in it, to cultivate it, to carry it and to feel pain for it. There are few better ways to celebrate the Latino community than by advocating for access to education for all undocumented students.

Eduardo Samaniego studies Constitutional Law and Education Policy and is currently Student Trustee at Hampshire College.

Por Qué Necesitamos para Apoyar a los Estudiantes Indocumentados

Este mes celebramos la gente Latinx en los Estados Unidos y en el extranjero, celebramos sus aportaciones, sus tradiciones y su cultura. En lugar de hablar de la exquisita comida, sobre el ritmo de nuestra música y los bailes típicos, o la capacidad de resistencia y victorias de gente Latinx, quiero centrar nuestra atención en un grupo específico: la comunidad indocumentada, más específicamente, en los estudiantes indocumentados.

Mi historia comenzó cuando vine a los Estados Unidos desde México en 2009, con una visa de turista que me permitió quedarme durante seis meses. Sin embargo, poco después de mi llegada, como resultado de deportaciones de mis familiares y eventos consecuentes me quede sin un lugar en donde vivir. No pude recurrir a otros miembros de mi familia en busca de refugio y fue asi como fui de un amigo a otro, durmiendo en sus sofás por una semana y en el piso de algún otro amigo la siguiente. Me sentía desesperado y solo, y la única familia que conocía, ahora estaban a miles de millas de distancia. Mi situación empeoró y eventualmente llego el dia en el que no tenía otro lugar a donde ir y tuve que dormir en un sofá en el interior de la sala de impresoras de mi escuela secundaria, donde nadie visitaba después de horas. Mis amigos se dieron cuenta y pronto alertaron a mis maestros, quienes al saber de mi situación encontraron una familia bondadosa quienes me ofrecieron refugio . A pesar de que mis primeras experiencias en los EE.UU. fueron ásperas y desafortunadas, poco a poco mi vida fue mejorando. Obtuve un trabaja de tiempo completo, aprendí a hablar Inglés con fluidez, y era un estudiante de secundaria con un promedio de 3.9, Incluso fui electo Presidente de la Asociación Estudiantil de North Cobb High School.

Sin embargo, la cantidad de trabajo que puse y el empeño demostrado durante años fue completamente devaluado el día que entré en el despacho de mi consejero y ella explicó que debido a que era un “extranjero ilegal” era muy improbable que pudiera ir a la universidad. Como resultado de las políticas aprobadas en Georgia meses antes de mi graduación, ahora estaba específicamente prohibido el que yo pudiera aplicar a ciertos universidades, incluyendo la universidad con la que yo soñaba, la Universidad de Georgia. Entre las universidades que podría haber asistido, ahora tendría que pagar tres veces mas por el costo de una clase en comparación a lo que mis compañeros de clase, nacidos en los Estados Unidos tenían que pagar – una cantidad de dinero que francamente inalcanzable.

Aun así, me negué a poner fin a mi búsqueda para asistir a la universidad. Yo sabía que había más estudiantes como yo, merecedores de una educación superior, pero frenados por su estatus inmigratorio. Me convertí en un activista en mi comunidad, y pasé años organizando eventos y protestas, incluso fui a la cárcel protestando las políticas que prohíben a los estudiantes indocumentados el acceso a la universidad. También, nunca deje de mandar aplicaciones a universidades, yo estaba decidido a encontrar una puerta habiera. Eventualmente, después de no haber tenido hogar por un tiempo, después de poner el empeño para aprender ingles, después de haber sido rechazado múltiples veces y después de haber luchado por años, un día, finalmente recibí una carta por la que había esperado tanto, una carta de aceptación a la universidad de Hampshire, aunque lejos de mi hogar en Georgia, finalmente obtendrían la educación por la que había luchado tanto, la universidad de Hampshire me ofreció una beca completa.

Hoy estoy muy agradecido por las oportunidades que mi universidad me abrió, pero también estoy muy consciente de las injusticias que aun enfrentan el resto de los estudiantes indocumentados. A diferencia de mí, la mayoría de estudiantes indocumentados no atenderán la universidad. Ellos están atrapados en un ciclo que pocos pueden escapar ya que la mayoría de Estados requiere que estudiantes indocumentados paguen el costo de la universidad como estudiantes internacionales. Esto ignora el hecho de que los estudiantes indocumentados han vivido en el mismo Estado durante la mayor parte de sus vidas. Esto desestima su lucha para haber navegado todo el sistema educativo en los Estados Unidos, desde el kindergarten, la escuela primaria y preparatoria sólo para cerrarles las puertas a la educación superior a través del costo de la universidad.

Pocos reconocen que muchas universidades se basan en mano de obra de inmigrantes indocumentados para ser construidas. Por otra parte, los inmigrantes indocumentados pagan impuestos locales, estatales y federales que ayudan a mantener las universidades públicas y privadas. Es extremadamente injusto el reconocer que inmigrantes indocumentados vienen a este país, ayudan a construir universidades de prestigio desde las escuelas “Ivy League,” las universidades privadas y las universidades públicas como la Universidad de Georgia, para luego no poder ver a sus hijos e hijas recibir una educación en estos mismos colegios y universidades que con sus propias manos ellos ayudaron a construir.

A medida que nos preparamos para celebrar las contribuciones de gente Latinx, no nos olvidemos de lo mucho que este país que llamamos hogar todavía nos debe. Cada año cerca de 65, 000 estudiantes van a aprender de su condición como inmigrantes indocumentados, a menudo a través de sus aplicaciones a la universidad, y sólo el 10 por ciento de estos estudiantes terminan yendo a la universidad al salir de la escuela. Yo estuve entre el 90 por ciento de los estudiantes que fueron rechazados como resultado de mi estatus migratorio. Pero como yo, miles de esos estudiantes van a tratar, una y otra vez, y van a continuar trabajando hasta que puedan asistir a la universidad, gracias al apoyo de aliados como maestros, oficiales de admisión a la universidad, y defensores de los derechos del inmigrante.

Todos puede disfrutar de la comida, el baile y la música de la comunidad Latina, pero si no se unen a nosotros y luchan por nosotros durante los tiempos difíciles, no están honrando nuestras tradiciones, contribuciones, experiencias o nuestras vidas. Para celebrar una comunidad se requiere invertir en ella, se requiere cultivarla, se requiere luchar por ella y se requiere sentir el dolor de los miembros de esta comunidad. Hay muchas maneras de celebrar la comunidad Latinx pero pocas son mejores que el unirse a la batalla por el acceso a educación superior para todos los estudiantes indocumentados.

Eduardo Samaniego estudia Derecho Constitucional y Política de Educación y es actualmente Representante de la Universidad de Hampshire.